CONVIVENCIALES. Lenguajes
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      La fuente más importante de nuestra formación y de nuestros aprendizajes es el conjunto de relaciones que establecemos con los demás. Vivir es comunicarse con otros y recibir las enseñanzas que nos brindan los demás. Es la experiencia. Es la vida.
   El catequista debe recordar que las vivencias son más decisivas para la formación de la personalidad que las enseñanzas teóricas. Vivir religiosamen­te es más importante que recibir ideas, sentimientos o normas. Es más eficaz que aprender datos o memorizar formas de pensar.
   Los lenguajes convivenciales deben enseñar, al cate­quista y al catequizando, a mejorar sus juicios sobre el valor de la vida.

 

  1. Vivir y participar

 

   La vida de cada persona está dibujada por el entorno en que se desarrolla . Y el entorno puede ser múltiple:
     - El entorno familiar es el primero que influye: los padres, los hermanos, los miembros del hogar, los conocidos. Es el primer elemento de referencia que el niño adquiere. La familia se desenvuelve en las amistades, en los vecinos, en cuantos aportan mensajes y sugeren­cias.
    - Ese entorno se amplia al ritmo del crecimiento personal con el contexto en el que habita: pueblo, barrio, calle, gente, familiares, amigos, hechos cercanos, acontecimiento. Una lluvia intermitente de impresiones positivas y negativas va formando a cada ciudadano, a cada individuo.
    - Después, la influencia viene del entor­no escolar, en el que prematuramente se incardina el párvulo y que luego ocupa toda la infancia y adolescencia. En ese entorno se vive la relación con los educadores, con los compañeros, con las personas colaboradoras, siguiendo pro­gramas, participando en múltiples actividades, recogiendo experiencias.
    - Y más tarde, la relación vital se va ampliando: grupos de trabajo, proyectos, aventuras, compañeros de juego, amigos de más frecuente trato, conocidos con los que se multiplican los  encuentros.
   El lenguaje convivencial es imperceptible, indefinible e inconcreto, pero eficaz, influyente, continuo. No se puede decir de él otra cosa mejor que "es vital, personal, íntimo, inexplicable". No se cuantifica por la suma de actos de convivencia, sino por la intensidad con que se viven y se asimilan. Sin embar­go, tiene una importancia decisiva para la formación del hombre desde los pri­meros años. El educador, el catequista, tiene que saber valorar los lenguajes vitales como los más decisivos de todos los que pue­de hablar y compartir con el catequizando. Y debe buscar la forma de ofrecerlos adecuados, graduados y bien ordenados, según los proyectos educativos que cada educando puede acoger y protagonizar.

   2. Vivencias religiosas

   La verdadera formación religiosa y moral se recibe en los años infantiles a través "de la vivencia y de la convivencia" con personas portadoras de valores, actitudes y opciones trascendentes.
   La religiosidad y la fe se respiran imperceptiblemente en el entorno. Hechos, costumbres, riesgos, gestos, juicios de valor, ejemplos, plegarias, deseos, cul­tos, testimonios, experiencias... y muchas realidades más, configuran las creencias y las actitudes morales y espirituales de cada persona.

   2.1. Con objetivos claros

   Si se valora adecuadamente la importancia del imperceptible lenguaje vital, se puede entender el verdadero significado a todo lo demás que contribuye a la educación de la fe:
    - a la instrucción recibida en la catequesis parroquial o en la escuela;
    - a las virtudes y buenas acciones que se recomiendan al niño en el hogar;
    - a los actos de culto y a las tradiciones religiosas de los adultos;
    - a las alternativas entre las que se eligen los propios caminos;
    - a las relaciones eclesiales que se desarrollan en la vida personal.
   El catequista puede buscar maneras o momentos de intensificar la influencia del entorno con formas, actos o relaciones más concretas y determinadas. Puede aprovechar espontáneamente todas las formas de la vida cotidiana. Pero también puede, y debe, crear las condiciones para que resulten provechosas experiencias vitales especialmente previstas para ayudar en la maduración de la fe y de la cultura religiosa.

   2.2. Exigencias precisas

   Para garantizar la consecución de los citados objetivos se deben crear condiciones adecuadas. Entre otros, se pueden resaltar tres rasgos o aspectos:
   1. Las vivencias requieren voluntariedad y libertad, de modo que las variadas ofertas de la vida no se impongan coactivamente, sino que se acojan con satisfacción, con ingenuidad, sencillez y llaneza. Entonces se integran más suavemente en la personalidad sin excesivas dificultades.
   2. Suponen naturalidad y espontaneidad. En cuanto a la forma de desarrollar estas acciones o vivencias, se tiene que buscar cierta naturalidad, ya que lo más contrario a la vida es lo fingido, lo postizo, lo artificial. La naturalidad es la fuente de la alegría y de la comodidad.
   3. Suponen adaptación y progresividad. Primero hay que diferenciar la vida del niño pequeño, del mayor, del adolescente y del adulto. Lo que es bueno y formativo para unas edades puede resultar contraproducente para otras.
   Hay que recordar también que otros muchos factores puede influir en el modo de recibir las influencias de la vida: carácter, salud, sexo, cultura, idioma, tipo de educación.
    Cuando nos damos cuenta de lo que significa la vida imperceptible de cada día, es cuando los catequistas nos senti­mos en nuestro lugar: repre­sentantes de la Iglesia en su vivir cristiano; delegados de los padres en la formación de sus hijos; testigos con la propia vida más que maestros con la palabra.

 

 

  


 
 

 

 

   

 

 

 

  3. Actitudes religiosas

   Al procurar la educación religiosa de los niños es importante pensar en el futuro de su vida cristiana y no sólo en el presente. Se educa en la fe para el mañana, no sólo para el cumplimiento de hoy.
   Además, el catequista debe pensar que importa más el fondo que la formas. Y con frecuencia tendrá que resignarse a no conocer del todo los magníficos frutos que produce su actuación.
   El catequista debe facilitarles cauces que les vayan haciendo madurar en sus criterios y en sus sentimientos. De lo contrario, los niños pueden ser "religiosos" por credulidad más que por fe sóli­da y personal.

   En este caso, se vuelven indiferentes y pasivos, una vez que han pasado la infancia. Este es el sentido que el catequista debe imprimir en toda ayuda, en toda orientación, en toda la formación que intenta proporcionar.

   3.1. Las vivencias adecuadas

   El educador de la fe debe obrar en este terreno en conformidad con deter­minados criterios que serán, a la larga, los que haga posible una buena formación del espíritu y de la conciencia. Descubrirá siempre la vida de los adultos como la referencia obligada en las etapas de formación infantil. Hará mirar a sus mayores como elementos ideales de referencia: sus padres, algunos educadores, personas ejemplares, ideales y modelos que imitar.
      Importa más la calidad que la cantidad de encuentros y de relaciones interpersonales para conseguir suficiente educación convivencial, tanto en relación a lo que se recibe como a los que se da a los demás.

   3.2. Formación cristiana

   Los lenguajes convivenciales y las formas de relación interpersonal son imprescindibles en la vida de los hombres libres. Pero ahora nos interesa verlos como "instrumentos" y cauces de educación religiosa y de formación cristiana. En cuanto tales, esos encuentros y formas convivenciales no deben orientarse a "pasarlo bien" sino a "vivir mejor" y a "madurar en la fe".
   El catequista no está para entretener a los niños o a los jóvenes con juegos o diversiones. Su objetivo tiene que resultar más elevado y formativo, aunque use esos instrumentos más directa o indirectamente con esa intención.
   El vivir con los demás es el punto de partida; pero el vivir para los demás será el ideal de llegada. Los niños no pueden entender esto desde el principio, debido a su natural sensorialidad y a su connatural egocentrismo. Pero el mensaje cristiano de la fraternidad, de la solidaridad y de la abnegación, se hallará en la mente del educador en cuanto él es maduro y ya ha llegado a entender esa superación.
  El catequista sí lo puede descubrir desde la propia experiencia y a medida que los catequizando van madurando como personas pueden ir entendiendo los que es vivir como cristiano. Ese itinerario encuentro en los lenguajes convivenciales su principal instrumento para la consecución.
  Algunas consignas pueden ayudar en tan hermosa empresa:
      +  Tendrá que adaptarse el catequista hábilmente a cada nivel madurativo. No es lo mismo trabajar con niños pequeños que con mayores o jóvenes. La preadolescencia y la juventud son momentos privilegiados para estos lenguajes por ser especialmente sensibles a las dimensión de la sociabilidad: nacimiento de la amistad, facilidad para la compasión, arrebatos intermitentes de generosidad, primera llamaradas del amor, etc.
      +  Las circunstancias serán muy variadas según los entornos y los proyectos educativos que se siguen en otros terrenos. La relación transparente y sincera es el ideal de todo el lenguaje convivencial. El catequista debe ser modelo de cordialidad y de abnega­ción. Pero debe acomodarse a las capacidades de cada catequizando y a su capacidad de asimilación.
      + Será importante aceptar las limitaciones naturales, sin pretender lo inal­canzable. No se debe pedir a nadie lo que, por naturaleza, no puede dar. Las exigencias producen desconfianza y aban­dono. La cordialidad despierta simpatía y adhesiones.
   Con todo el catequista debe tener presente que es su vida de fe la que hace vivir la fe al catequizando, no sus palabras pasajeras.


 

 
 

 

   4. Tipos de lenguaje vivencial

   Las vivencias resultan por su propia naturaleza inclasificables. Cada día nos trae un abanico de novedades y sorpresas que casi no apreciamos por su mis­ma abundancia.
   De todas formas, hay que ponderar el factor humano para comprender lo que supone vivir con los demás y de los demás, no sólo en lo físico y material, sino en lo intelectual, afectivo, moral y también en lo espiritual.

   4.1. Convivencias cotidianas

   Es la primera fuente de influencias humanas: las acciones convivenciales de cada día. El niño respira desde los pri­meros años lo que en su entorno familiar se piensa, se siente, se gusta, se habla y se discierne. El lenguaje de las impresiones familiares es como la lluvia fina que fecunda sin ruido los campos.
   En la medida de lo posible, el catequista debe entrar en juego con ese lenguaje imperceptible de lo natural y cotidiano: dar buen ejemplo, multiplicar los gestos y actitudes de afecto y acogida, saber ofrecer servicios y apoyos, rechazar lo inconveniente, vivir un clima de natu­ral influencia moral y religiosa con sus catequizandos.
   La tendencia imitativa de los catequizandos se encarga de lo demás: reproduce gestos, palabras, sentimientos, formas. También absorbe actitudes, principios y criterios, datos religiosos, comportamientos morales.

   4.2. Juegos y diversiones

   Tienen especial valor para los niños y adolescentes, que por naturaleza están en permanente actitud diversiva y evasiva como no puede ser de otra forma en su proceso madurativo.
   El catequista puede aprovechar esa inclinación a "pasarlo bien", discurriendo en ocasiones "juegos catequísticos": recreos, actividades, entretenimientos, diversiones, acertijos, distracciones, esparcimientos.  Incluso los deportes y las competiciones se prestan para un aprovechamiento educativo. Es el caso de los concursos, que oportunamente pueden usarse como estímulo para mejorar muchos trabajos o esfuerzos.
   Los "juegos catequísticos" no son una pérdida de tiempo, sino un instrumento valioso si se usa oportunamente.

   4.3. Expresiones festivas.

   Son aquellos modos de relacionarse con los demás en ambiente de gozo y amistad: fiestas, regocijos, convites, agasajos, celebraciones, ceremonias, galas, conmemoraciones, etc.
 
     + Una fiesta (celebración... happening) puede ser cauce hermoso para fomentar el valor de la fraternidad y para orientar la simpa­tía natural hacia la vivencia del amor fraterno, como tantas veces se hace en la vida.
   Si sólo se queda en jolgorio y sensacio­nes no pasa del nivel humano, ajeno a la dimensión espiritual. Pero si se asocia a la plegaria de acción de gracias, a los gestos de amor fraterno, al reconocimiento de la bondad divina y a la acción de la Providencia, es algo más que un lenguaje humano festivo. Es verdaderamente un cauce para la apertura a lo trascendente.

     + Una conmemoración interesante, adecuada, generosa, alegre, (cumpleaños, efeméride de un sacramento recibido, día de acción de gracias, por ejemplo) puede abrir la mente y el corazón hacia los demás, sacándola del propio egocentrismo. Puede convertirse un lenguaje que deja un eco en quien lo asume y los personaliza. Puede incluir en el ritmo del desarrollo de los niños y sobre todo de los adolescentes una referencia trascendente que seguirá latiendo en la conciencia muchos después de que se haya realizado el acontecimiento.

     + Un convite, una comida, una merienda, un agasajo, un regalo, una ofren­da, un presente sorpresivo, también pueden ser plataforma del ejercicio de hermosas virtudes. Basta recordar lo que suponía para los antiguos cristianos un banquete o ágape conmemorativo.
   Detrás de esas acciones humanas hay gestos cristianos magníficos: actos de perdón, limosnas, ofrendas y acciones generosas con los que sufren, ofrendas de signos de respeto y agradecimiento.
     + Un paseo festivo, por ejemplo, se puede presentar como un descanso o alivio. Pero suele ser buen estímulo para la apertura y la convivencia, para la conversación, para el mejor conocimiento de las personas.

     + Romerías y peregrinaciones, procesiones y rogativas, festividades y recuerdos, sacrificios y ofrendas, miles de tradiciones de este tipo pueblan los recuerdos religiosos de todos los pueblos.

  4.3. Lenguajes de relación

  Son los que estimulan el intercambio personal. Se prestan a diversidad de experiencias, que van desde la relación convivencial de la cortesía hasta el cultivo selecto y excelente de los valores espirituales.  En este sentido se puede aludir a multitud de alternativas.
    + Las convivencias grupales. Son los modos más frecuentes de vivir en grupo extrafamiliar con especial intensidad durante un período de tiempo que se aprovecha para revisar la vida, para aprender el Evangelio, para tener experiencias de oración, para mejorar las opciones cristianas, para programar el mejor cumplimiento de los deberes.
    + Los encuentros e intercambios con otras personas. Favorecen la reflexión, el contacto con el prójimo, el descubrimiento de valores ajenos, sobre todo la consolidación de actitudes sociales y de valores comunitarios como hospitalidad, abnegación, renuncia, altruismo.
    + Las permanencias o estancias en lugares, situaciones o modalidades de vida diferentes de las ordinarias. Ayudan a veces a descubrir mundos nuevos que se van integrando en el esquema de la propia personalidad.
  Son magníficas ocasiones para los adolescentes y jóve­nes y por eso se han multiplicado tanto en tiempos receintes: voluntariados misioneros, campos de trabajo, campañas de ayuda,
   - Los ejercicios espirituales, las sesiones de oración, las oportunidades de ayuda y de servicio en emergencias o como dedicación programada, los proyectos compartidos de servicios sociales, etc. son también numerosos en formas tradicionales o de maneras más nuevas en tiempos recientes.
   Son siempre alternativas que el catequista no debe olvidar, sobre todo cuando trata con niveles juveniles en que se demanda imperiosamente procedimientos de esta naturaleza.

 

  

 

   

 

 

 

 

5. Factor religioso y huma­no

   En toda acción convivencial hay que diferenciar, al mismo tiempo que sintonizar, la dimensión espiritual con la meramente humana, a fin de que los lenguajes convivenciales san verdaderamente plataformas de formación cristiana y no solamente evasiones ocasionales de dudosa influencia personal.
   Es importante saber con qué tipo de catequizando nos encontramos cuando usamos uno de estos lenguajes.
   La diversidad de participantes puede hacer prever comportamientos que se escapan a los meros improvisadores.
  Las posturas ante ellos son muchas:
      - Los idealistas y utópicos olvidan las limitaciones humanas cuando preparan esos encuentros. Con frecuencia se llevan desengaños que destrozan valores reales por haber aspirado a ideales inalcanzables.
      - Los muy racionalistas, pragmáticos y calculadores, quieren preverlo todo con el suficiente rigor, sin advertir que muchas veces los ritmos reales de la vida no son equivalentes a los deseos o previsiones de la fantasía.
      - Los hedonistas suelen refugiarse en la pretendida parsimonia de los demás para justificar la propia pereza y para huir de todo lo que sea dar a los demás algo de lo propio. No organizan nada porque los demás no van a responder y los demás no responden por cuanto ellos no organizan.
    Entre los inválidos, con los que nunca se llega a ningún destino, hay diversos modelos:
     -  Los tímidos "lo piensan".
     -  Los cómodos "rehuyen".
     -  Los pasivos "observan".
     -  Los inseguros "vacilan".
     -  Los ligeros "se ríen".
     -  Los desconfiados "preguntan".
     -  Los egoístas "calculan".
     -  Los evasivos "dan largas".
     -  Los inconstantes "se desdicen".
     -  Los inservibles "se olvidan"
 Entre los más aprovechables, con los que a la larga se llega a buen puerto, también variadas actitudes:
     -  Los buenos "se regocijan".
     -  Los generosos "se sacrifican".
     -  Los audaces "aceptan".
     -  Los serenos "comparten".
     -  Los prudentes "reflexionan".
     -  Los sociales "se comprometen".
     -  Los decididos "se adelantan".
     -  Los altruistas "se ofrecen".
     -  Los animosos "se interesan".
     -  Los líderes naturales "dirigen".
  Todos los organizadores y usuarios de estos lenguajes deben recordar que, en este tipo de acciones y participaciones, lo más valioso no es el resultado cuanti­ficable sino el simple hecho de crear cauces de convivencia.

Hay que asumir las reacciones tan diferentes que se dan ante invitaciones de este tipo. Pero hay que estar preveni­dos para saber que la naturaleza tiene siempre sus leyes generales